Sobre la democracia
Habitualmente se dice que la democracia es el sistema político menos malo. Esta afirmación, que puede parecer una frase graciosa como cualquier otra tiene bastante interés, ya que por una parte nos indica que posiblemente no sea el sistema político definitivo y por la otra que contiene errores.
Desconozco las razones, pero la política me apasiona, en cambio, cada vez odio más a sus responsables y su funcionamiento. Es una extraña relación de amor-odio, en la que secretamente uno piensa y propone que haría de estar en el poder. Evidentemente casi nunca sucede lo que uno piensa. ¿Por qué? Para comenzar uno no tiene ningún medio para dar a conocer su opinión y para acabar mis opiniones no tienen porque ser las más acertadas.
La democracia se basa en que periódicamente el poder legislativo (que de forma más o menos directa o indirecta designa a los otros poderes) es renovado mediante la elección por parte del pueblo. El concepto parte es importante, ya que sólo tienen derecho a voto una parte de los ciudadanos dependiendo de las leyes establecidas, que generalmente imponen diferentes criterios, de los que quizás el más delicado es el de nacionalidad. Quien reside y desea vivir en un país debe tener derecho a decidir en el mismo, tenga la nacionalidad que tenga.
Pero los problemas de la democracia no es quien vota, sino las circunstancias en las que vota. Los partidos políticos necesitan dar a conocer su programa, sus ideas, necesitan ser conocidos por los electores. Desgraciadamente, la financiación pública y privada de los partidos es un tema sin resolver a día de hoy. Los partidos quieren el poder, pero necesitan aliados, y quien algo quiere algo le cuesta. Es evidente que los partidos políticos deben cumplir unas mínimas expectativas para seguir siendo votados, pero una vez cumplidas estas, hay carta blanca para enriquecerse y devolver favores.
Hay excesos, y generalmente se achacan a un supuesto egoísmo intrínseco de las personas, pero hay que recordar que la democracia es un sistema viciado, y estos vicios llevan a la corrupción de las personas.
Las democracias nacieron de la mano del capitalismo, y hasta la fecha han ido fuertemente cogidas de la mano. Un sistema que premia el egoísmo y el beneficio propio por encima del colectivo es quizás la última de las circunstancias en las que quisiera que se educasen las personas que ostentarán el poder. No voy a entrar a discutir si el sistema económico capitalista es mejor o peor que el socialista, ni si hay alternativas factibles. Soy de la opinión de que otro mundo es posible, aunque haga muy poco (o nada) por cambiarlo, pero creo que es evidente que el contexto capitalista no conlleva a pensar especialmente en los demás, sino en lo propio, y eso desde el poder siempre es peligroso.
El bipartidismo también es una lacra. La inmensa mayoría de sistemas electorales premian las mayorías fuertes e imponen duras trabas a los partidos minoritarios en haras de un gobierno fuerte y estable. Y tan estable, los partidos políticos cada vez se asemejan más a la mafia o las monarquías, ya que nada ni nadie les expulsa del poder. Los partidos se van turnando en el poder, y toda sangre nueva que entra en ellos es sistemáticamente intoxicada antes de poder llegar a la cima. No es nada sano que las mismas ideas prevalezcan durante tanto tiempo. Hay que dejar lugar para nuevas ideas, nuevas formas, en definitiva: experimentar. No obstante, los poderes que financian los partidos están muy cómodos con los actuales y niegan sistemáticamente el altavoz mediático que necesitan los pequeños, no sea que no quisiesen hacer tratos con nosotros.
Lamentablemente parece no haber alternativas, de la misma forma que parecía no haberlas antes de la revolución francesa. Muchos excesos se cometieron entonces, y muchos se han cometido desde esas fechas. Ahora parece que estamos sensiblemente mejor, aunque sea a costa de un tercer mundo que agoniza entre guerras, deuda externa y SIDA.
¿Hace falta una nueva revolución?
Por si alguien se pregunta las razones de este texto, sepan que el famoso 5% del estatuo valenciano es una vergüenza, y que de no cambiarse los dos grandes partidos deberían dejar de jugar a una democracia en la que no creen.
Desconozco las razones, pero la política me apasiona, en cambio, cada vez odio más a sus responsables y su funcionamiento. Es una extraña relación de amor-odio, en la que secretamente uno piensa y propone que haría de estar en el poder. Evidentemente casi nunca sucede lo que uno piensa. ¿Por qué? Para comenzar uno no tiene ningún medio para dar a conocer su opinión y para acabar mis opiniones no tienen porque ser las más acertadas.
La democracia se basa en que periódicamente el poder legislativo (que de forma más o menos directa o indirecta designa a los otros poderes) es renovado mediante la elección por parte del pueblo. El concepto parte es importante, ya que sólo tienen derecho a voto una parte de los ciudadanos dependiendo de las leyes establecidas, que generalmente imponen diferentes criterios, de los que quizás el más delicado es el de nacionalidad. Quien reside y desea vivir en un país debe tener derecho a decidir en el mismo, tenga la nacionalidad que tenga.
Pero los problemas de la democracia no es quien vota, sino las circunstancias en las que vota. Los partidos políticos necesitan dar a conocer su programa, sus ideas, necesitan ser conocidos por los electores. Desgraciadamente, la financiación pública y privada de los partidos es un tema sin resolver a día de hoy. Los partidos quieren el poder, pero necesitan aliados, y quien algo quiere algo le cuesta. Es evidente que los partidos políticos deben cumplir unas mínimas expectativas para seguir siendo votados, pero una vez cumplidas estas, hay carta blanca para enriquecerse y devolver favores.
Hay excesos, y generalmente se achacan a un supuesto egoísmo intrínseco de las personas, pero hay que recordar que la democracia es un sistema viciado, y estos vicios llevan a la corrupción de las personas.
Las democracias nacieron de la mano del capitalismo, y hasta la fecha han ido fuertemente cogidas de la mano. Un sistema que premia el egoísmo y el beneficio propio por encima del colectivo es quizás la última de las circunstancias en las que quisiera que se educasen las personas que ostentarán el poder. No voy a entrar a discutir si el sistema económico capitalista es mejor o peor que el socialista, ni si hay alternativas factibles. Soy de la opinión de que otro mundo es posible, aunque haga muy poco (o nada) por cambiarlo, pero creo que es evidente que el contexto capitalista no conlleva a pensar especialmente en los demás, sino en lo propio, y eso desde el poder siempre es peligroso.
El bipartidismo también es una lacra. La inmensa mayoría de sistemas electorales premian las mayorías fuertes e imponen duras trabas a los partidos minoritarios en haras de un gobierno fuerte y estable. Y tan estable, los partidos políticos cada vez se asemejan más a la mafia o las monarquías, ya que nada ni nadie les expulsa del poder. Los partidos se van turnando en el poder, y toda sangre nueva que entra en ellos es sistemáticamente intoxicada antes de poder llegar a la cima. No es nada sano que las mismas ideas prevalezcan durante tanto tiempo. Hay que dejar lugar para nuevas ideas, nuevas formas, en definitiva: experimentar. No obstante, los poderes que financian los partidos están muy cómodos con los actuales y niegan sistemáticamente el altavoz mediático que necesitan los pequeños, no sea que no quisiesen hacer tratos con nosotros.
Lamentablemente parece no haber alternativas, de la misma forma que parecía no haberlas antes de la revolución francesa. Muchos excesos se cometieron entonces, y muchos se han cometido desde esas fechas. Ahora parece que estamos sensiblemente mejor, aunque sea a costa de un tercer mundo que agoniza entre guerras, deuda externa y SIDA.
¿Hace falta una nueva revolución?
Por si alguien se pregunta las razones de este texto, sepan que el famoso 5% del estatuo valenciano es una vergüenza, y que de no cambiarse los dos grandes partidos deberían dejar de jugar a una democracia en la que no creen.
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